viernes, 19 de octubre de 2012

LA VIOLENCIA EN LA ADOLESCENCIA: UNA RESPUESTA ANTE LA AMENAZA DE LA IDENTIDAD*. Philippe Jeammet**

Violencia: “cualidad de lo actúa con fuerza” nos dice el diccionario Littré. Por esta razón, la vida es violencia que procede de transformaciones permanentes de la materia. La violencia sería entonces consustancial a lo existente y el universo procedería de ella si creemos la teoría del “big bang inicial”. Ella toma sin embargo una forma particular en los seres vivos que los conduce a una lucha permanente por la defensa del territorio, la supervivencia del individuo y de la especie, que se expresa de manera espectacular por la destrucción o la sumisión de unos ante los otros.
Pero es en el hombre en quien la violencia adquiere su dimensión más trágica por el hecho mismo de la conciencia que tiene de ella y por que la hace objeto a la vez de una represión sin igual, por las prohibiciones que pesan sobre ella, y de una extensión sin límite, también sin equivalente.
El clínico está evidentemente confrontado a las expresiones de la violencia. Éstas no son nuevas, pero tienen una intensidad particular hoy en día debido probablemente a la complejidad de la vida social, a la explosión de los medios de comunicación, y a la mayor libertad de expresión que autoriza una sociedad liberal.
La violencia de los jóvenes, en efecto, ha llegado a ser desde algunas décadas un problema de salud pública, aún cuando estos jóvenes son más a menudo víctimas que autores de ella. Pero el carácter a menudo espectacular de esta violencia juvenil, su ausencia de motivaciones claras, la gratuidad aparente de muchos de estos gestos, sin beneficio para el interesado, no pueden más que aumentar la preocupación y el desasosiego de los adultos.
Nuestra práctica clínica con adolescentes y adultos jóvenes, particularmente en el marco del hospital de día, donde pueden ser seguidos a largo plazo, nos ha llevado a considerar la violencia como un mecanismo primario de autodefensa de un sujeto que se siente amenazado en sus límites y en lo que constituye a sus ojos el fundamento de su identidad, y hasta de su existencia. El núcleo de la violencia nos parece que reside en este proceso de desubjetivización, de negación del sujeto, de sus pertenencias, de sus deseos y aspiraciones
propias, sentido como una amenaza para el sujeto violento y sufrido por el sujeto violentado que se ve, en réplica, tratado como un objeto bajo dominio. 
Siempre que su narcisismo está en cuestión, el sujeto de defiende por un movimiento de inversión en espejo que le hace actuar como lo que él teme sufrir. El comportamiento violento busca compensar la amenaza sobre el Yo y su desfallecimiento posible imponiendo su dominio sobre el objeto desestabilizador. Éste puede situarse en la realidad externa pero también a nivel interno por la emergencia de deseos sentidos como una amenaza para el Yo. Es toda una clínica de la violencia la que se declina así según las modalidades del ejercicio de esta tentativa de dominio sobre el objeto desestabilizador.
La reactividad al sentimiento de amenaza, procedente tanto de los objetos externos como de los objetos internos y de los deseos, será tanto más grande cuanto más frágil sea el Yo y más grande su inseguridad.

Desarrollaremos la tesis de que existe así una relación dialéctica entre la violencia y la inseguridad interna generando un sentimiento de vulnerabilidad del Yo, de amenaza sobre sus
límites y su identidad, una dependencia acrecentada de la realidad perceptiva externa para reasegurarse en ausencia de recursos internos accesibles y, en compensación una necesidad de reaseguramiento y de defensa del Yo mediante conductas de dominio sobre el otro y sobre sí mismo.

LA VIOLENCIA COMO DEFENSA DE UNA IDENTIDAD AMENAZADA

Aún si algunas violencias son fácilmente objetivables, es el sujeto, ya sea actor, víctima o simple espectador, quien tiene, a fin de cuentas, que reconocer lo que es violento frente a lo que no lo es y las apreciaciones pueden ser sensiblemente diferentes. Es sentido como violento lo que violenta al sujeto, bien sea porque ejerce esa violencia, o porque la sufra o se identifique con aquel que sufre o ejerce esa misma violencia.
La dimensión subjetiva es determinante. Esta referencia a la vivencia del sujeto, ya sea la vivencia sentida de lo experimentado o la que dicta su comportamiento, nos servirá de hilo conductor en la investigación del sentido de la violencia y de su lugar en la economía psíquica. Esto nos conduce a formular la hipótesis de que lo vivido refleja como un espejo lo que experimenta, sin que sea necesariamente consciente de ello, aquel que actúa con violencia y que la violencia representa una defensa contra la amenaza sobre la identidad.
La violencia está en efecto, caracterizada por un sentimiento de “desubjetivización” por aquel que la sufre. El sujeto que la sufre debe borrarse o incluso desaparecer como sujeto completo y por lo menos someterse a la voluntad del sujeto violento. Éste puede ser un objetivo a alcanzar mediante la puesta en escena del comportamiento violento o puede ser considerado como presente de antemano. Es el campo infinito de las violencias escondidas o al menos sin violencias manifiestas, el del desprecio, donde no se trata de destruir al otro físicamente, donde la ausencia de toda consideración por lo que el otro piensa, siente, desea, equivale a su negación global como sujeto.
Este efecto de desubjetivización puede manifestarse aún mas sutilmente sin agresividad manifiesta. Así algunas proposiciones amorosas pueden ser sentidas como una violencia en la medida en que no es tenido en cuenta el deseo propio del sujeto, que además es considerado como un objeto en el sentido material del término, que no tiene ningún interés aparte de estar al servicio del deseo del otro. Este efecto de desubjetivización es también aquel descrito como efecto del discurso paradójico. Sin embargo, lo que se siente como violencia comporta siempre esta dimensión de negación del yo que se traduce en aquel que es objeto de ella por ese sentimiento de que él ya no es considerado como sujeto.

viernes, 12 de octubre de 2012

Trastorno Disocial (Antisocial). Monikke's blog


Se caracteriza por un patrón de comportamiento repetitivo y persistente en el que se violan los derechos básicos de otras personas o normas sociales importantes. Los criterios que lo definen se agrupan en torno a 4 comportamientos:

     -    Agresión a personas o animales.
     -    Destrucción de la propiedad
     -    Fraudulencia o robo.
     -    Violación grave de las normas.

 Tiene un comienzo tardío cuando empieza después de los 10 años. Hay una heterogeneidad en el comienzo y en la forma de llevar a cabo conductas delictivas. Hay cantidad de criterios para poner en orden esta heterogeneidad. Una clasificación los divide en:

Grupo infrasocializado o solitario: más violentos o agresivos. Comienzo temprano.
Categoría grupal o socializada: en grupos. Comienzo adolescente.
Se trata de clasificar estas conductas en presencia o no de psicopatía. Actúan en solitario, son más violentos o más severos. Implica a niños o adolescentes con rasgos o estilos de comportamiento con conductas psicopáticas. Puede ser un tipo constitutivo o más anclado en la biología.

 PREVALENCIA

Es un trastorno frecuente. Las tasas de población general se sitúan entre el 1-10%. En población clínica se reducen. Las tasas varían a través de grupos de edad. Suben o se incrementan en fase adolescente.

En relación al género, los chicos presentan trastornos de conducta más frecuentemente que las chicas. Este dato está moderado por la edad. Razón niño-niña: 4/1. En adolescentes razón chico/chica: 2/1.

En escolares, entre el 5 y el 20% de escolares manifiestan el trastorno. Los más severos se reducen al 2-4%. En adolescentes las tasas son más altas que en el caso de los niños.

El dato que apunta a que las tasas de prevalencia cambian con la edad ha desarrollado diferentes vías o trayectorias evolutivas del trastorno:

- Trayectoria con comienzo temprano: antes de los 10 años. Se inicia tempranamente en la vida del sujeto. Va aumentando en severidad a lo largo del desarrollo.

Los niños entre 3 y 7 años presentan síntomas de conducta que tienen que ver con el trastorno negativista desafiante (desafío, oposición). A lo largo del desarrollo, cada vez es más severo o se desarrolla en conductas más severas.
Entre los 7 y los 10 años aparecen conductas agresivas o delictivas.
Entre los 11 y los 13 años manifiestan conductas antisociales severas (robos, violación de normas, allanamiento de morada, truhanería).
Estudios longitudinales identifican diferentes características adicionales, como el hecho de que los tipos de conducta que manifiestan tempranamente no cambian, sino que sobre esos se añaden los nuevos. Se produce un proceso de conservación o mantenimiento. Los factores asociados al nivel etiológico son muy amplios.

viernes, 5 de octubre de 2012

Aportaciones psicológicas a la predicción de la conducta violenta: reflexiones y estado de la cuestión A. Andrés Pueyo y S. Redondo Illescas. Departamento de Personalidad - Universidad de Barcelona. Grupo de Estudios Avanzados en Violencia-(GEAV)



1.- La violencia: simplemente un comportamiento o algo más complejo.

El siglo XX se recordará como un siglo marcado por la violencia nos dice Nelson Mandela en la presentación del documento “Violencia y salud en el siglo XX” dirigido por la OMS (Krug, 2002). A continuación afirma que “las dimensiones de la violencia ejercida en el siglo XX alcanzan desde la intimidad de la familia a las relaciones internacionales” lo que hace de este fenómeno algo más que un problema de naturaleza ética o jurídica y debemos contemplarlo con otra mentalidad para que su tratamiento en el siglo XXI sea más exitoso. Uno de los cambios más interesantes, especialmente en clave profesional para los psicólogos, es el enfoque de la salud para la consideración de la violencia. El cambio del planteamiento de la consideración jurídico/penal a la consideración de la salud/bienestar implica un nuevo enfoque de la violencia, pasar de la política del castigo/corrección al de la prevención/predicción. Ya en 1996 la OMS consideró que la violencia, por su extensión y consecuencias en la salud y el bienestar de las personas, debe entenderse como un problema de salud pública. Según este planteamiento podemos afirmar que la violencia es: “Previsible”  y  “Predecible”. El camino para la actuación profesional está abierto.

Gro Harlem Burtland (directora general OMS en 2002) afirma que la violencia está presente en la vida de numerosas personas en todo el mundo y nos afecta a todos en algún sentido y concluye que: “Cuando la violencia es persistente la salud está siempre muy afectada”. En 1996, con motivo de la 49 Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud, reunida en Bruselas, se adoptó la resolución  WHA49.25 donde se afirmaba que la violencia “es el mayor y más creciente problema de salud pública en el mundo moderno”. En esta resolución se consideraba la importancia que han adquirido los diferentes tipos de violencia, por sus consecuencias, en la salud publica en todos los países, tanto desarrollados como no desarrollados. Además en aquella resolución se  recogía, explícitamente,  las recomendaciones de la Conferencia Internacional sobre el Desarrollo y la Población (El Cairo, 1994) y de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Pekín, 1995) que reclamaban una atención urgente sobre el tema de la violencia en aspectos variados como la violencia de género, contra los niños, las minorías, etc...

Este interés de la OMS por la violencia refleja la importancia que este fenómeno ha adquirido en las sociedades modernas y converge con el tradicional interés que la criminología y el derecho han tenido por el mismo.  La violencia no es patrimonio exclusivo de las sociedades en las que predomina el bienestar social y la libertad individual ya que en la mayoría de sociedades humanas aparecen comportamientos violentos de mayor o menor gravedad y duración. Pero es bien cierto que muchos pensadores habían pronosticado una desaparición gradual de la violencia en la medida en que las sociedades avanzan en la distribución más equitativa de los recursos y el acceso mayoritario a un estado de bienestar y libertad individual. Una paradoja de este hecho es, por ejemplo, la sociedad  norteamericana que siendo como es una de las mas avanzadas en cuanto a los derechos y libertades individuales, es a su vez  una de las más violentas a nivel mundial.

La violencia hoy ya no es solamente un problema moral o ético, que lo es, ni tan siquiera penal o jurídico, si no que se está convirtiendo en un problema de salud pública, en un elemento de consecuencias comparables a las epidemias de naturaleza infecciosa o a los sucesos naturales devastadores. En este contexto parece que las medidas de  control de la violencia, de castigo de los agresores, de reparación de las víctimas se han de complementar con las de prevención, educación y como no de predicción. Muchos de los términos que ya se emplean en los estudios de violencia provienen de campos adyacentes cómo la epidemiología y  la salud pública. En este contexto situaremos el problema de la predicción del comportamiento violento y el rol profesional que los psicólogos deben tener en esta tarea.
Hay numerosos términos que se consideran sinónimos de la violencia y que se utilizan de forma habitual y en cierto modo confusa. Así por ejemplo hablamos de agresión, fanatismo, delincuencia, daño, abuso, etc.... al referirnos a la violencia y especialmente esta afirmación es cierta en el campo de la psicología.

La violencia no es una conducta, ni una emoción, ni una respuesta simple, ni tan siquiera una forma de actuar, de pensar o de sentir. La violencia es más que una conducta. Según la OMS la violencia consiste en el  uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones (Krug, 2002).

Contrasta esta definición con la de Webster, Douglas, Eaves y Hart, 1997, autores del HCR-20 (como veremos uno de los instrumentos más utilizados en la predicción de la conducta violenta), la violencia es: “comportamiento que puede causar daño a los demás, un comportamiento que puede generar miedo a otras personas”. El acto violento no se define solamente por las consecuencias que genera sino que los actos violentos lo son en sí mismos; así, disparar una pistola en el medio de un numeroso grupo de personas, aunque no haya víctimas, es un acto violento.

Una consecuencia que refleja la complejidad del fenómeno de la violencia es el hecho de que no hay un único indicador que podamos utilizar como medida de la violencia. De hecho los estudiosos y expertos del tema que quieren analizarlo de forma cuantitativa utilizan índices tales como: número de detenciones, años de condena, número y variedad de los delitos y agresiones, tipos de agresión, etc... un efecto de esta situación es que los parámetros estadísticos de la violencia son siempre imprecisos y discutidos.

Naturalmente a los psicólogos nos interesa en primer lugar la conducta o comportamiento violento pero también las llamadas actitudes violentas, las emociones violentas, los trastornos mentales que se asocian a la violencia, las consecuencias sobre las personas víctimas de la violencia, etc... Es decir no nos interesan todos los aspectos del fenómeno de la violencia, sino aquellos aspectos de ésta que implican a los individuos, también a grupos humanos, en tanto que agentes del comportamiento violento o víctimas de la violencia.