martes, 1 de marzo de 2011

En La mente de un Psicópata. DAVINIA DELGADO / CÓRDOBA

Cínico, incapaz de sentir culpa y acatar normas. ABC desvela el informe que analiza el trastorno antisocial de El Rafi
En febrero del pasado año, dos psiquiatras del Instituto de Medicina Legal de Sevilla realizaron un reconocimiento médico a Rafael Hidalgo Castro, «El Rafi», procesado por el crimen de Bujalance. Su diagnóstico fue claro: sufre un trastorno antisocial de la personalidad, afección que incluso ha reconocido en su veredicto el jurado popular de la causa y que, sin duda, motivará una pena que no superará los 17 años de cárcel por el delito de asesinato. ABC ha tenido acceso a dicho examen, seis páginas que tratan de desentrañar la mente de unos de los delincuentes más escurridizos de las últimas décadas.
Los factores que determinan esta patología de índole psíquico son múltiples: desprecio y violación de los derechos de los demás —algo que ya se pone al descubierto en edades tempranas—; falta de empatía, incapacidad para desarrollar relaciones afectivas y ausencia de sentimientos de culpa, entre otros. Todos y cada uno de ellos se manifiestan en El Rafi, como refleja el informe forense, que arranca escudriñando las primeras sombras del trastorno en la infancia y adolescencia del joven.
Las razones
Así, el episodio que generó el caldo de cultivo para que la psicopatía acabase gobernando la vida de Hidalgo tuvo lugar cuando apenas era un quinceañero. Un accidente de tráfico que sufrió su madre obligó a sus progenitores a permanecer en Toledo durante tres años. En ese periodo estuvo completamente solo, puesto que sus hermanos fueron acogidos en centros de atención social. La ausencia de figuras de referencia y la necesidad de sobrevivir en un entorno marginal llevaron al delincuente en ciernes a actuar en función de sus necesidades. Hacía lo que quería cuando quería.
«La inconsistencia en la disciplina por parte de los padres aumenta las probabilidades de que un trastorno disocial evolucione hasta otro antisocial, que se asocia a un bajo estatus socioeconómico, tal y como sucede en el presente caso», recogen los forenses.
Cabe destacar que antes de esto, El Rafi ya era un niño problemático. Fue expulsado del colegio con nueve años por protagonizar peleas con compañeros y profesores, y por su absentismo constante.
Su predisposición a la conflictividad unida a su falta de adaptación a las normas se tradujeron pronto en un historial delictivo que, hoy en día, suma más de 25 infracciones penales. Tal y como confesó el propio procesado a los médicos, «de este modo se puede mantener un nivel de vida más cómodo que con los 800 o 900 euros que se cobra en cualquier trabajo». Sus actos, hasta el día del asesinato, siempre habían estado orientados a conseguir dinero en efectivo o artículos que le resultasen necesarios. Y todos guardan algo en común: fueron impulsivos e irreflexivos.
Así, en esta etapa comenzó a consolidarse un rasgo fundamental de su trastorno: la indiferencia hacia los derechos y sentimientos de los demás (la única persona que le preocupa es él y su bienestar) y el descontrol. «Las personas que tienen esta patología tomas las decisiones sin pensar, sin prevenir nada y sin tener en cuenta las consecuencias para uno mismo o para los que le rodean», reza el informe.
Añade que «los sujetos con este trastorno se caracterizan, además, por la incapacidad para desarrollar relaciones afectivas con otros». En Hidalgo también se da este ítem. Él mismo se lo dejó ver a los forenses: «Creo que solo he tenido tres amigos», les dijo. A nivel sentimental nunca ha gozado de relaciones estables (tiene cuatro hijos de tres mujeres diferentes) y únicamente mostró a los médicos un vínculo emocional hacia sus familiares de primera línea.
Sus ingresos en prisión en varias ocasiones, y, sobre todo, a raíz del crimen, endurecieron y perpetuaron aún más los rasgos de su afección. A los especialistas refirió durante la entrevista múltiples conflictos con otros reclusos que justificó porque «me miraban mal». Además, según dijo, «tengo 18 partes con los que te ganas el respeto». Según los expertos, «los sujetos con un trastorno antisocial de la personalidad tienden a ser irritables y agresivos».
La inadaptación del joven no solamente es consecuencia de sus vivencias, sino que, por su psicopatía, «que suele darse en personas tercas, arrogantes y fanfarronas, como es el caso», es también voluntaria. Así, El Rafi reconoció sin pudor que «cuando salga de prisión me dedicaré al tráfico de drogas, porque robar ya no se lleva». No tiene intención alguna de buscar una actividad laboral legal.
Según el examen de los psiquiatras, «el trastorno diagnosticado en el reconocido describe a un sujeto que no solo no está motivado a respetar la normativa imperante, sino que más bien está claramente enfrentado a la misma».
Los psiquiatras también analizaron en el informe pericial el historial de drogodependencia de Rafael Hidalgo. Pese a que concluyeron que presenta numerosos indicadores desadaptativos compatibles con un síndrome de dependencia al cannabis, el tribunal popular que lo juzgó no consideró que le influyese la tarde de autos, cuando acabó con la vida de José Reyes.
Y es que El Rafi manifestó a los forenses que se droga desde los 12 años. Así, «cuando el consumo de sustancias y el comportamiento antisocial hayan empezado en la infancia y continúen en la edad adulta, como es el caso, se diagnosticará tanto trastorno relacionado con estupefacientes como antisocial».
En su entrevista, el procesado relató a los médicos que comenzó con el cannabis, para seguir a los 17 años con psicotrópicos y drogas de diseño de forma esporádica y tras la muerte de su hermano mayor, que falleció en un accidente de tráfico, empezó a fumar «rebujao» (cocaína más heroína). En la actualidad, tal y como reconoció en el juicio celebrado esta semana, sigue consumiendo cannabis.
En sus conclusiones finales, los psiquiatras aseguraron que el trastorno que padece El Rafi «no origina alteraciones psicopatológicas significativas que supongan un menoscabo en su capacidad de comprender, aunque sí conllevan una limitación de su voluntad».
Así, al sacar el arma para matar a Reyes, cuando se dirigió hacia él con el revólver escondido, sabía perfectamente lo que estaba haciendo, pero su incapacidad «moderada» para controlarse, según el veredicto del jurado, le empujó a apretar el gatillo. Ahora, este joven psicópata espera en su celda la sentencia que le marcará de por vida.

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