miércoles, 11 de agosto de 2010

INTRODUCCION: ACERCA DE LA IDENTIDAD Y SUS TRASTORNOS.Alberto Lasa Zulueta. Profesor Titular de Psiquiatría de la Universidad del País Vasco.

La identidad es lo que nos hace diferentes de los demás, ser uno mismo equivale a ser otro distinto de los demás. Uno no puede constituirse sin los otros. Identidad y alteridad (volveremos sobre la curiosa etimología de esta palabra) son inseparables en el ser humano, nos diría un filósofo. Y sabemos desde nuestra vertiente que el bienestar narcisista (autoestima), es también inseparable del amor –del aprecio que el otro nos manifiesta–. Sabemos también de una de las paradojas que muestran quienes padecen de un narcisismo patológico. Cuanto más autosuficientes se nos muestran, más hipersensibles son al aprecio de los demás. El ser humano, el bebé humano nace y se desarrolla marcado por su extrema dependencia inicial.


Desde que nace, es una boca abierta, pero también mirada atenta, oídos sensibles, piel porosa. Un cuerpo abierto y ávido de estímulos sensoriales (y de quien se los proporciona).
Estímulos que van a ir impactando, o mejor excitando determinadas zonas erógenas. Cada ser humano determinará sus preferencias, y a partir de un cuerpo con impulsos instintivos inespecíficos y vitales (el hambre, la necesidad de contacto) cada cual elegirá poco a poco qué tipo de experiencia quiere repetir. Construirá su propia biografía de experiencias y recuerdos. Porque cuando Freud sitúa la pulsión en lugar del instinto como motor fundamental del psiquismo modifica radicalmente lo impersonal en una construcción psíquica personal. Y para él la satisfacción alucinatoria del deseo, que trata de repetir experiencias placenteras ya conocidas, supone la primera creación o representación psíquica (de esto nos hablará el Profesor Bernardi en su exposición).
Lo que se incorpora en las zonas erógenas no es sólo un estímulo sensorial placentero, es también experiencia psíquicaque añade, introyecta algo del otro (pecho, rostro, mano, boca). Y a la hora de repetir, de crear experiencias autoeróticas algo del otro se cuela en el recuerdo. Y ahí de uno si el otro no se le cuela en la mente. Vuelvo a la etimología de la que hablaba. “Alter” (otro) y alterar tienen idéntico origen. El papel del otro es alterar, cambiar el orden, perturbar, trastornar. Ferenzi (1909: “Introyección y transferencia”) escribió bellas páginas acerca de la pasión que perturbaba la transferencia.
Nadie más imperturbable que el autista. Impasible frente al otro, no llegará a ser uno. Fiel a su biología y solo a ella se negará a alterar la paz de la satisfacción instintiva y no entrará en el vértigo de la imprevisible relación humana. Es alguien desde afuera quien proporciona estímulos y quien permite aunarlos en un interior corporal (con un límite, la piel) y un espacio psíquico.
Para poder llegar a ser uno (mismo) hay que repetir la experiencia de sentirse bien dentro de su cuerpo. Experiencia que por cierto, nos marca muy precozmente. El primer yo es un yo placer, un yo corporal unificado y cuando uno ya es uno quiere separarse, marcar las diferencias, de lo que no es uno. Porque en caso contrario, (mi yo suma de displaceres dispersos... y hasta explosivos) cuando uno no es dueño de sus sensaciones (de su cuerpo) ni siente que sus fantasías se mueven dentro de su mente, no puede crear un mundo autoerótico que le calme, y depende en exceso de estímulos externos. Asistimos entonces a la otra locura (de más fácil arreglo que la del autista). La dependencia simbiótica nos muestra bien la dificultad y la angustia de confundirse en el otro. Acercarse al otro es sinónimo de penetrarle, de destruirle y de quedar fundido en esa desintegración. La aproximación es explosiva.
Para separarse hay que ser uno, para ser uno hay que separarse. Curiosa paradoja. (El Prof. Juan Manzano abordará precisamente la articulación separación - identidad en el proceso psicoterapéutico). Cuando no se dispone de una integridad psíquica, o de suficientes experiencias de bienestar narcisista, la identidad se quiebra o flaquea. Difícil destino el del narcisista, permanentemente ansioso de ser reconocido como único, y permanentemente hipersensible al cariño de cualquiera, pero a la vez también permanentemente furioso y fácilmente agresivo ante cualquiera que sea indiferente a sus encantos. Pero cuando uno es ya alguien y alcanza cierta paz consigo mismo ya está listo para afrontar y enfrentar a quienes le rodean.
Que voy a decir que no se sepa sobre el emocionante juego de hacer de papá o mamá, de indagar y meterse en el espacio prohibido, de sustituir, reemplazar y desplazar a personas queridas y a la vez odiadas porque poseen en exclusiva a otras personas también queridos, y en tanto que inasequibles, también odiadas.
Pero el Edipo, aunque tiene nombre de tragedia (o si lo prefieren, en la neurosis) ya no es tan trágico. Uno no arriesga su integridad psíquica. No es una amenaza mortal, sólo la pérdida de pequeños privilegios. Bien es cierto que las pequeñas diferencias movilizan una enormidad de sentimientos. Incluso son pequeñas diferencias que pueden hincharse como globos.
A veces solo por incordiar al ligeramente distinto, es el divertimento de nuestros piques y amores cotidianos. A veces porque no nos es fácil conformarnos con lo que tenemos o creemos tener, y nos lamentamos de lo que carecemos o creemos carecer (María Hernández desarrollará la importancia que lo semejante y lo diferente tienen en la búsqueda puberal de la identidad). Pero otras veces es distinto. ¿Qué pensar de los que hacen de esta pequeña diferencia una cuestión de supervivencia psíquica, de amenaza vital? Cuando la identidad sexual (sobreinvestida) es algo a reafirmar cada día so pena de debacle narcisista (y contaremos con la presencia de la Dra. Paulina F. Kernberg para que nos comunique su experiencia terapéutica con niños que sufren a causa de su identidad sexual).
Pero al final (del edipo) la cosa está clara. Si puedo llegar a ser como él y así conquistar a una como ella, ¡para qué perder el tiempo con peleas perdidas de antemano! Y así se llega a jugar a otro riesgo. El riesgo de jugar. Jugar a ser más que el otro (más rápido, más fuerte, más hábil...). Jugar a aliarse con los iguales frente a los distintos. Jugar a excluir. O a seducir a quien nos excluye. El juego puede ser una magnífica escuela en la que se practica la identificación.
Pero jugar exige también confrontarse con el otro, y necesita de cierta capacidad de tolerancia a la vez que permite el flexible ejercicio del humor. Quizás por ello tenemos que recordar que hay niños que no pueden jugar y que ello equivale siempre a una falta de flexibilidad... de significado clínico. Por brutal rechazo del otro (polo autista). Por temor a verse invadido - agredido (polo simbiótico) Por ignorar o fingir indiferencia hacia lo vulgar (polo narcisista). O cuando afrontar la diferencia sexual pasa de ser divertido a ser una amenaza para la integridad psíquica.
En resumen la identificación, desde la incorporación y la introyección hasta la elección de un Ideal del Yo, es un largo camino que recorre largos años (recorrido que la Dra. Utrilla abordará en su trabajo sobre las identificaciones en el niño). Recorrido que tiene sus vueltas. Cuando ya todo parecía hecho, todo se removiliza. Me refiero a la removilización de la adolescencia. Otra vez se replantea el “¿Quién soy yo?”, “¿quién quiero ser?”. O más bien el “¡sobre todo seré distinto/ o seré como mis padres!”... Otra vez, de nuevo presentes en el dilema de la identidad.
Recientemente unos padres indignados con su hijo adolescente, mostraban su perplejidad al oirle solemnes y violentas declaraciones y amenazas de querer abandonar el hogar familiar y acto seguido una gran bronca, a sus padres, porque habían salido una tarde dejando la nevera... ¡sin coca-colas y sin el chorizo que a él le gusta merendar! Otra vez la paradoja de sentir la necesidad extrema del otro y, a la vez, el temor a su influencia. Necesito vuestra mirada... pero rechazo vuestra influencia (paradoja que el Prof. Ph. Jeammet ha desarrollado en su ya larga experiencia sobre los problemas de la identidad en la adolescencia).
Otra vez, en la adolescencia, la integridad y el equilibrio narcisista dependen fundamentalmente del otro.
Como vemos con frecuencia en situaciones clínicas, muchos intentos de suicidio de adolescentes dependen, en último término, de un gesto de amor o de desamor. El otro decide si mi vida merece la pena. Y es que fragilidad narcisista e intolerancia van unidos. Nuestro trabajo es un encuentro entre identidades distintas y no hay encuentro si no se reconocen las diferencias.
Reconocer al otro es un ejercicio de tolerancia. Precisamente aquí en Toledo, suceso único en la historia, convivieron pacíficamente y se enriquecieron mutuamente durante siglos, en un prodigio de tolerancia y reconocimiento mutuo, muy diferentes culturas, religiones, identidades... ¿Qué mejor lugar para saber lo que piensan de la identidad personas que proceden de diferentes países?

Conferencia Inaugural del VIII Congreso Nacional de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (S.E.P.Y.P.N.A.) que bajo el título “La identidad y sus trastornos” tuvo lugar del 21 al 23 de octubre de 1994 en Toledo.

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